Tenemos la tendencia a cuantificarlo todo y esto es
algo que ocurre también en el aprendizaje,
por lo cual voy a desligarme de estos hábitos cuantitativos potenciados
por legislaciones y normativas centradas en el ideal económico de la oferta y
la demanda y me voy a inclinar por la calidad de los
aprendizajes. Pienso que si queremos orientarnos hacia un aprendizaje eficaz hay
que tener claras las intenciones en torno a los objetivos, métodos, principios,
evaluación, etc. No se trata sólo de
conocer las fuentes curriculares o sus racionalidades sino que es fundamental,
a la hora de ponerlas en práctica, tener claro cuál será la finalidad del
aprendizaje, para darle coherencia al proceso. Aún sabiendo de la dificultad
que esto entraña debido a la tendencia de inclinarnos hacia las metodologías en
las que hemos sido educados o instruidos en nuestra época estudiantil basada en
la instrucción, es decir, en la transmisión de conocimientos.
Centrarnos en el proceso y no en los resultados me
parece fundamental como maestros ya que
es muy habitual recurrir a lo contrario, sobre todo amparándonos en las normas
y las leyes, recurso muy manido, en vez de
preocuparnos por los verdaderos problemas
de los chicos/as en su desarrollo.
Motivar a los alumnos a través de los llamados
“conflictos cognitivos”, problematizando y polemizando los problemas, abriendo
su curiosidad tendiendo a clases dialogadas o dialógicas, mediadas con criterio
por el docente, sacando a los alumnos todo lo que llevan dentro a la vez de fomentar que sean ellos los que
construyan su conocimiento, abogar por la reflexión y el cuestionamiento
potenciando el sentido crítico de los estudiantes. En otras palabras romper las
bases de una educación hegemónica a la que Freire denominó bancaria, es decir, unidireccional, que reproduce e
inmortaliza la situación socioeconómica latente en nuestra sociedad.
Por último y no menos importante tener en cuenta a
la hora de enseñar conocer a la persona objeto y sujeto del aprendizaje,
recordando a Freire “aprender a Pedro”.
Si somos capaces de conocer y manejar las estrategias de un buen
aprendizaje, podremos ofrecer al niño/a
una formación de calidad, una mejora de sus actitudes para potenciar una mejor
integración y, cómo no, un mejor rendimiento de su aprendizaje.
Si hemos conseguido nuestro objetivo, podremos sentirnos orgullosos y el
niño/a hará gala de su reconocimiento convirtiéndose en una persona de
provecho, brindando a su vez, la posibilidad de poder dar mayor respuesta a
situaciones difíciles con las que ineludiblemente se enfrentará a lo largo de
su vida.
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